La iglesia católica siempre habló de la «expiación de los pecados», pero siempre lo hizo asegurándose de que lo que hiciéramos para esa expiación fuera inútil con respecto al «crecimiento personal individual» y que a la vez reforzara la dependencia externa hacia el cura para su resolución.
El hecho es que con la confesión el cura, aunque tuviera que mantener el «secreto profesional», se enteraba de todo lo que ocurría en el pueblo. De esa manera podía mejorar su “control» sobre las mentes de los feligreses.
Pero no quiero hablar de esta «expiación de los pecados» católica. Mi planteamiento es muy distinto. Quiero hablar de la «verdadera sanación interior” de la causa que nos llevó a realizar eso que llamamos pecado o error.
Empezaré explicando a qué me refiero como «pecado» o error.
Prescindiendo de la definición que las distintas religiones pueden hacer del término «pecado» voy a describirlo como aquella acción realizada en un momento dado de nuestra vida y que en un momento posterior (sea inmediatamente después o bien pasados 30 años o el tiempo que sea) nos damos cuenta de que aquello no estuvo bien y sentimos «arrepentimiento».
No importa mucho la dimensión del «error». Puede ser algo más importante o menos: haber insultado a alguien, haber amargado la vida a alguien con nuestras tonterías, haber resuelto de malas maneras un conflicto, no haber atendido las demandas de alguien cercano que nos necesitaba y no supimos estar, haber provocado un aborto, una separación, no haber tomado un camino que la vida nos mostró o cualquier otra cosa.
Lógicamente, cuanto más grave sea el “error”, mayor será el dolor interno por el arrepentimiento. Pero hay que tener en cuenta que ese arrepentimiento no deja de ser una «energía» que, como tal, «ni se crea ni se destruye, solo se transforma». Por lo tanto, la clave de la «expiación» está en qué es lo que hacemos con esa energía.
Podemos quedarnos en el «pobre de mí», dándonos con el látigo en la espalda, culpándonos sin cesar, contando durante años a todo el mundo lo «malos que hemos sido» y así ir desperdiciando parte de nuestra vida. Ir hasta Roma de rodillas, dar dinero y hacer caridad, rezar cien Ave Marías, recitar miles de mantras…
Estas son soluciones muy comunes, pero poco prácticas. Con eso quizás «sentiremos» que ya hemos pagado la deuda, pero ese dolor seguirá corroyéndonos por dentro. Podemos beber, fumar, practicar deportes que segreguen mucha adrenalina u otras actividades que nos evadan para no pensar más en ello, pero todas estas soluciones solo buscan «disipar» esa energía y, además, algunas de ellas malgastan muchísima más energía adicional intentando huir de ese sentimiento de culpa.
La única solución verdadera consiste en utilizar esa energía del «arrepentimiento» como base, como motor de cambio en nosotros mismos, para que «aquello que hicimos» no lo repitamos ni igual ni en las mil y una variantes camufladas del mismo error.
Por tanto, primero deberíamos dedicar esa energía para ver qué es lo que había, qué se movía en nosotros, qué nos llevó a realizar tal acción. Y luego, una vez entendido qué ocurrió y a ser posible «sanarlo», se trataría de aprender otras maneras de cómo resolver situaciones parecidas que puedan surgir y hacerlo de manera más sana y más amorosa, tanto para nosotros como para nuestro entorno.
Según de qué problema estemos hablando, probablemente mediante un poco de «atenta observación» podremos hacer la «verdadera expiación» de ese error sin ayuda y por nosotros mismos, aprendiendo a resolver esa situación de una manera distinta y así no volver a cometer ese error. En otra clase de problemas es posible que necesitemos algún tipo de ayuda externa que nos ayude a reformular toda la situación para poder vivirla de otra manera mejor.
Muchas personas, intuitivamente, no quieren entrar en procesos de terapia o en dinámicas de crecimiento personal porque saben que eso les va a llevar a enfrentar partes de sí mismos que no les gusta o que directamente «no quieren ver». Es una actitud respetable, pero poco efectiva, porque irán repitiendo constantemente los mismos errores y, por tanto, irán creando a sí mismos y a su alrededor los mismos problemas y sufrimiento.
Para ayudar a entender todo este embrollo teórico voy a compartir una experiencia personal al respecto para que se entienda mejor a qué me refiero.
Estuve casado durante 25 años hasta que lamentablemente mi mujer murió. Por un lado, fue una relación con muchas experiencias preciosas, con mucho amor, con mucho cariño y compartiendo constantemente casi todo. Para mucha gente incluso éramos una «pareja ejemplar». Pero, por otro lado, la intimidad real era poco presente. No me refiero a sexualidad, me refiero a ese sentimiento profundo de «entrar» en el otro. Los dos, por nuestras historias y heridas personales, no podíamos permitir que «el otro se acercara demasiado». Como había mucho amor y compartíamos objetivos vitales, la relación fue posible a pesar de esa limitación.
Pero ahora, ya centrándome en mí, expondré lo que actualmente veo que ocurría en la relación:
En según qué cosas yo sentía «un muro inmenso» entre ella y yo. Por ejemplo, ayudarla con las cosas de casa o de las niñas para mí era un esfuerzo inmenso, era literalmente como «chocar con ese muro». Además, esa actitud mía me sorprendía, pues en mi relación anterior era yo quien se hacía cargo de la casa y de nuestra hija, no era un tema de educación machista. Muchas veces intenté involucrarme más, pero eso me hacía sentir, literalmente, que chocaba contra ese muro. Y aunque colaboraba en muchas cosas, el hacerlo significaba para mí un gran sobreesfuerzo.
Cuando murió mi mujer, seguía sin entender por qué había ese muro entre ella y yo. No sabía de donde venía, cómo se había creado, qué hacer con él ni cómo quitarlo.
Para ayudar a comprender mi proceso, también diré que, en esa época, yo aún no entendía mucho mis emociones, me costaba identificarlas, conectar con ellas, expresarlas, etc.
Un tiempo después de la muerte de mi mujer, apareció en mi vida otra persona. Como es habitual, la magia existente en todo principio de relación me sirvió para permitir «acercarme» muchísimo más de lo que yo mismo me había permitido en la relación anterior. A consecuencia de ese acercamiento, un día noté con toda claridad como «la armadura emocional» se caía literalmente a pedazos a mi alrededor. A partir de ese momento mi mundo emocional cambió drásticamente. Pude empezar a sentir con claridad mis sentimientos y entenderlos. No ocurrió de golpe, fue un proceso de manera que ahora puedo incluso experimentar claramente 3 emociones o sentimientos a la vez y «no sentir que me explota el cerebro».
Este proceso de desbloqueo emocional me llevó también a ir descubriendo mis «heridas emocionales internas», ver cómo me llegaban a doler algunas de ellas, descubrir cómo se activaban y detectar las «tonterías y pecados» que yo podía llegar a hacer con el «impulsor interno» de esa herida. Fue un proceso interno, potentísimo de ir dándome cuenta de todo eso y sanarlo.
Las heridas emocionales casi siempre proceden de cosas que de pequeños vivimos mal.
Cuando algo que vivimos en el momento actual nos conecta con ellas, hace que ese dolor vuelva. Puede ser que vivamos conscientemente el dolor y el origen de ese dolor, pero la mayoría de las veces se es consciente del dolor, pero no la razón de ese dolor.
Muchas veces para evitar ese dolor el inconsciente activa los “impulsores” que son aquellas cosas que hacemos y que no podemos evitar. A veces esas cosas son productivas, pero muchas veces son un desgaste y un sobreesfuerzo inútil que solo nos desgasta más,
Volviendo a mi experiencia personal. Ocurrió que con el desbloqueo emocional y el descubrir y sanar mis heridas internas e impulsores, provocó que cuando en mi relación actual descubría alguna cosa de esas que me provocaba actuar erróneamente, revisaba como «eso» me podía haber afectado en mis relaciones anteriores. Era un proceso muy duro, pero a la vez muy sanador, que implicaba darme profunda cuenta de mis propias miserias y del sufrimiento que me había causado a mí mismo y a las personas cercanas.
Estando inmerso en ese proceso, un día «topé con el muro». Me di cuenta de que empezaba a construir el muro en mi relación actual. Y empecé a «analizar el muro» de mi relación anterior. Me di cuenta claramente de cuándo y por qué lo empecé a construir. Y me percaté de que los ladrillos estaban «hechos» de resentimiento. Entendí también que mi «niño interno» estaba allí «rígido» diciendo «no me moveréis de aquí», “no cambiaré de actitud”. Ese resentimiento junto con esa resistencia eran «el muro».
Tomar plena consciencia del dolor inmenso que me había provocado a mí mismo, pero sobre todo a mi mujer y a mis hijas, fue dolorosísimo. Saber que, por el tipo de enfermedad que llevó a la muerte a mi mujer, yo fui una parte importante en la «carga emocional y de dolor interno» que provocó eso, de verdad que no se lo deseo a nadie.
Conectar con todo eso me llevó a estar durante varios días con un sentimiento de culpabilidad inmenso. Podríamos hablar de la «energía del arrepentimiento». Me arrepentía muchísimo de haber sido tan inmaduro -aunque fuera por desconocimiento-, de hacer todas aquellas tonterías que eran dignas de un niño pequeño, pero no de un adulto. Lamentaba todo el inmenso, profundo y sordo sufrimiento que eso creó a mi alrededor, aunque en aquel momento no fuera consciente de que yo era el responsable de eso.
Después de unos días «siendo» todo yo arrepentimiento y culpa, sintiéndome idiota, miserable, imbécil, estúpido y otorgarme unos cuantos insultos más, me hice, como en tantas otras ocasiones parecidas, las preguntas y decisiones pertinentes:
Bien, en aquella época lo hice así porque no sabía hacerlo mejor, de acuerdo. No hay culpa.
¿Pero, cómo lo hago ahora diferente? ¿Cómo evito que eso vuelva a ocurrir?
En ese momento puse la «energía del arrepentimiento» al servicio del cambio, al servicio de la «expiación». ¿Por qué, qué es la expiación en realidad? Es la sanación y transformación interna que te lleva a no volver a cometer aquellos errores. No es «no hacer aquello» por miedo al infierno. Cuando te enfrentas a situaciones parecidas a las vividas con “trauma” es hacer aquello otro nuevo que es más saludable para ti y para tu entorno. Es estar atento para resolverlo de otra manera que sea mejor para todos. Esa es la verdadera «expiación».
Siguiendo con mi ejemplo, ¿qué hago para «expiarme»?
Usar conscientemente el recuerdo del dolor producido en mí y a mi entorno debido a mi comportamiento erróneo derivado del «resentimiento y la «resistencia». Tener muy presente el dolor producido y estar muy atento a no volver a hacer lo mismo.
A la que veo que en mi relación actual estoy «construyendo un ladrillo» para hacer un muro con resentimiento, enfado o lo que sea, paro máquinas y observo. ¿Qué estoy sintiendo? ¿Por qué? ¿Tiene realmente sentido o es una herida mía que se ha activado? ¿Lo que mi pareja hace, siente o dice, tiene sentido? ¿Si es algo que hace ella, realmente me lo hace a mí o simplemente «no puede» hacerlo distinto porque también actúa desde sus impulsores y heridas internas?
Todas esas preguntas, la mayoría de las veces, ya sirven para «desmontar la tontería» en la que había entrado. Algunas veces no la desmontan, por la razón que sea. Si a pesar de ello siento que no puedo salir de ello, entonces recurro a la «biblioteca de recuerdos positivos». Entro en los maravillosos momentos que hemos vivido juntos, en el agradecimiento inmenso por todo lo aprendido con ella, en el regalo inmenso que nos ha hecho la vida al regalarnos nuestra preciosa relación o presto atención a todo aquello que puedo agradecer.
Eso de por sí, a lo mejor no quita ese regusto interno de sentirse mal, enfadado o molesto Es posible que tenga que ir retornando con esfuerzo al recuerdo positivo, pero cada vez ese recuerdo positivo se hace más estable y llega un momento en que se estabiliza suficientemente la parte positiva de manera que es capaz de transmutar aquel “error”, aquella energía insana en energía positiva, en agradecimiento, en AMOR en mayúsculas. Así se acaba aquel proceso en el que andaba atrapado y así consigo no añadir más ladrillos en el muro.
Si actualmente detecto que estoy construyendo algún ladrillo, lo desmonto con el mismo procedimiento: mirándolo con AMOR.
Para terminar, solo decir que puesto que «somos energía» y «todo es energía» es muy importante ser conscientes de qué es lo que hacemos con esa energía, cómo la gestionamos, cómo la transmutamos.
A mi entender, todo lo que explico en el artículo me cambió la vida, a mí y a mi entorno. Espero que al lector también le sea útil entender estos mecanismos para poder aplicarlos y que también supongan un cambio importante en su vida. El dolor y el esfuerzo que puedan implicar merecen la pena por el crecimiento personal que conllevan y, sobre todo, porque conducen a una vida más armónica y plena.
Autor: Josep Vergés Fecha: 12/02/2023
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