
En este artículo, del grupo de artículos sobre la muerte, voy a hablar del duelo que viven los que han perdido a un ser querido.
Lógicamente, el nivel de duelo variará muchísimo dependiendo de la relación que tenemos con esa persona. Evidentemente, no es lo mismo que muera una pareja o un hijo o que muera aquel familiar que solo vemos en las bodas y entierros. En ocasiones, incluso puede ser muy doloroso perder «al mejor amigo o amiga».
También variará muchísimo cómo se vive la muerte según sea la edad, la cultura, la religión o las creencias de la persona. Además, cada persona es absolutamente un mundo y no hay un duelo igual.
Cabe comentar que este artículo está basado en la experiencia compartida de «acompañamiento» a mucha gente que ha pasado por estos procesos. Pero también en mi propia experiencia después de perder a mi mujer después de 25 años de matrimonio.
Vamos a mostrar por partes los distintos aspectos relacionados, para que sea más fácil entender.
Desgarro del cuerpo etérico
Con las personas con las que tenemos un vínculo se crean unos cordones energéticos que unen los distintos chacras de una persona con la otra. Lógicamente, dependiendo del tipo de relación, estos cordones estarán entre más o menos chacras y serán más «fuertes» o menos. Entre los animales también se da este fenómeno. Y entre personas y animales también.
Este tema de por sí ya daría para un artículo entero. Pero resumiendo, explicaré lo siguiente:
Al momento de fallecer la persona (o animal) es como si el cordón que nos unía con esa persona o animal fuera «recogido» de golpe por parte del que fallece. Eso produce realmente un «desgarro» en nuestro campo etérico. Es como si a una prenda de vestir que tiene algo cosido pegáramos un fuerte tirón. La prenda se va a desgarrar.
Al comentar este tema con muchas personas que han perdido a alguien, me han comentado que sí, que esa fue su sensación, como si «algo se rompiera» en la superficie de su cuerpo.
De forma natural, ese desgarro cicatriza más o menos a los tres días. Y ese es el duelo que los animales no demasiado «humanizados» hacen habitualmente de forma espontánea. Esta parte la podríamos llamar la «parte fisiológica» del proceso cuando alguien cercano muere. Es así y va a ocurrir, independientemente de nuestras creencias y sentimientos.
Harakiri constante
En las culturas occidentales es bastante habitual que las personas que han perdido a alguien muy importante, sobre todo pareja o hijos, pero a veces también a los padres, se queden en lo que yo llamo «harakiri constante».
Es decir, más allá del duelo fisiológico, se quedan durante un tiempo cogiendo literalmente un «cuchillo etérico y destrozándose el plexo solar».
Con sus vivencias mentales, emocionales y sentimentales, se quedan atrapados en un ciclo de cada día y a veces muchas veces al día, hurgando en esa herida etérica en la zona del plexo solar y también a menudo del corazón. Eso impide que esa herida siga su proceso natural y cicatrice.
Como esa herida «sigue abierta», se produce, por un lado, una fuerte pérdida de energía por ese «agujero», por lo que la persona está «baja de energía», ya que es como si literalmente se estuviera «desangrando» y, por otra, la herida «sigue doliendo».

No voy a entrar en crítica sobre el tema, pero podríamos decir que hacer eso unos días entraría dentro de lo normal, pero si eso se alarga en el tiempo, entraría dentro de lo «patológico» y sería recomendable algún proceso terapéutico que nos ayude a salir de ese bucle.
Este proceso de ayuda, bien llevado, puede ser muy sanador y liberador para la persona. Lo contrario puede ser que ese proceso se «eternice» y entre en un proceso patológico. He conocido gente que lleva 50 años en ese bucle autodestructivo.
No querer otra pareja
Sin ser tan autodestructivo como ese harakiri diario, es muy habitual, sobre todo en mujeres de cierta edad, pensar que, «por respeto» al fallecido, ya no pueden tener otra pareja nueva. Esto, sobre todo en culturas muy tradicionales, es bastante habitual.
Eso implica quedarse anclados en el pasado y no vivir el presente. Con lo cual «la vida pasa y se desperdicia una buena parte de ella».
Conversando con estas personas, siempre les digo que si el fallecido o fallecida de verdad las amaba, querría que fueran felices de nuevo, que encontraran a alguien con quien amarse y compartir la vida. Muchas personas con esta reflexión consiguen salir del bucle «de pareja propiedad» y pasar al estado «pareja amor» y liberar el sentimiento de culpa que les impedía ser felices de nuevo y se abren otra vez a la «Vida». Es muy bonito y sanador ese cambio.
Algunas me han dicho. «Sí, es verdad, pero necesito un tiempo». Y la mayoría, pasado un tiempo «razonable», han podido salir de ese bucle y han podido volver a «vivir plenamente». Otras te dicen «que no pueden», que «no pueden vivir sin esa persona». Y se quedan ahí atrapadas muchos años o incluso el resto de su vida. Por libre albedrío tiene todo el derecho a elegir esa experiencia, pero es una pena ver cómo se «pierden la vida».
Impulso a compartir y no poder
Otra parte natural del duelo, sobre todo con personas con las que había una fuerte relación, es que en muchos momentos querrías explicarles algo, compartirles algo, piensas en hacer algo con ellos y «plaf», «bofetón emocional»: «ah no, que ya no está».
Eso al principio puede ser muy duro y crear mucho sufrimiento real, pero si no nos «recreamos» en ello y «reconstruimos» nuestra vida sin esa persona, poco a poco eso va desapareciendo.
Pésame o abrazo

Cuando yo tenía unos 25 años, el hermano de la que entonces era mi pareja perdió un hijo de 2 años de muerte súbita. Con mi pareja salimos inmediatamente hacia su casa. De camino, pensaba en qué decirle que le ayudara, pero no se me ocurrió nada que realmente pensara que tuviera sentido. Solo las típicas frases vacías de «te acompaño en el sentimiento» y otras fórmulas de cortesía.
Cuando llegamos, vivíamos bastante más lejos, ya estaban allí algunos de sus hermanos. Todos, como es normal, con caras serias. Caras de dolor, pero «manteniendo el tipo».
Cuando llegué y lo vi, no dije nada. Solo «me surgió» abrazarlo. En una época y cultura donde eso «no se hacía». Allí, ese padre, lleno de dolor, pudo «explotar» y empezó a llorar desconsoladamente en mi hombro. Nos quedamos así un buen rato hasta que se relajó. Después de eso, no hubo tampoco palabras. Pero su expresión, aunque todavía de dolor, era más serena.
Nunca hablamos del tema.
Pero 35 años después, muchos años después de no vernos y pocos días después de fallecida mi mujer, coincidimos en una boda. Él, cuando me vio, tampoco dijo nada, solo vino y me abrazó. Yo ya llevaba parte del duelo hecho y había recibido muchos abrazos de amigos, pues ahora es normal abrazarse, pero, aun así, para mí fue sanador su abrazo.
Pero también para mí fue una lección importante, porque de alguna manera él me estaba diciendo lo importante que para él fue ese abrazo en su momento.
Proceso con las emociones
En todo este proceso con la muerte, las emociones están siempre muy presentes y a flor de piel. Es normal, pues nos tocan partes muy importantes para nosotros.
Aquí es donde la «sabiduría emocional» que podamos tener, va a ser puesta a prueba. Y cada uno lo va a vivir como sepa y pueda.
Pero quiero compartir cosas que pueden ayudar.
Primero de todo, no negar esas emociones y dolor. Si están, están. Negarlas nos va a atrapar en un bucle de malgasto de energía para «contener esas emociones». Es decir, gastamos el doble de energía. La emoción en sí y la energía para «contenerla». Eso, a la larga, puede llevar a la depresión.
Solo en casos excepcionales, tomar medicación. Es muchísimo más saludable y enriquecedor afrontar esos sentimientos y vivirlos, por duro que sea. Eso después nos hará más fuertes y capaces de afrontar otras cosas con más serenidad. Tomar algún medicamento, lo único que hace es «posponer» ese dolor. Tarde o temprano se le tendrá que «mirar», así que ¿por qué alargarlo?
Si sentimos la emoción que sea: alegría, tristeza, pena, rabia, etc. simplemente la sentimos. Sin poner «pensamientos». Simplemente dejarse sentir eso. Entrar «profundamente» en el sentimiento y dejarlo pasar. Normalmente, si hacemos eso, entraremos en un momento más o menos largo de esa emoción fuerte y, poco a poco, se irá «disolviendo» y no dejará rastro.
Si negamos esa emoción, si no la queremos mirar, esa energía colapsará en el cuerpo y será el cuerpo el que luego estará mal (Ver artículo: Karma, energía). Y en realidad, con eso, nos quedamos «atascados» en ese punto del duelo. (Ver también artículo Muerte y emociones)
No «perder» a otros
En las constelaciones familiares, y en la vida, he visto «demasiadas» veces, que alguien pierde a la pareja o a un hijo, que es una vivencia dura, claro. Pero el drama es que, insisto, «demasiadas» veces, esas personas -las que se quedan- también «desaparecen» para el resto de la familia.
Es decir, si murió uno de los padres, los otros hijos vivos, también pierden al «padre vivo» porque desaparece emocionalmente «perdido en su dolor». O si muere un hijo, la pareja del fallecido y los demás hermanos, se quedan sin los dos padres.
Esa experiencia es dolorosa, sí, pero por favor, si alguien ha vivido esa experiencia, que aunque duela, que salga de su «yo, me, a mi» (solo tenerse en cuenta a si mismo, su dolor, lo que siente y lo que él vive) y tenga presente que los «que quedan» también le necesitan. Si no, la experiencia para los que quedan será aún más devastadora.
Conclusión
La muerte de alguien cercano siempre es una experiencia dura. Pero depende de cómo afrontemos eso, bien puede ser un gran aprendizaje y nos va a llevar a un lugar interior mejor, o bien, nos podemos perder en el dolor y el sufrimiento y dejar «tirados» a los que siguen vivos y para los que somos importantes. Y nosotros mismos perdernos «la Vida».
Artículos relacionados
Muerte y último suspiro
Muerte y emociones
Muerte y trascendencia