Este artículo solo se puede escribir desde el sentimiento, no hay otra manera.  Y tampoco hay otra manera de escribirlo que no sea desde mi propia dura experiencia.
A los que hayan leído otros artículos míos —los cuales normalmente son más técnicos, y aunque pueda hablar de emociones y sentimientos lo hago desde la distancia— este les sorprenderá.
No es un artículo cómodo, pues seguro que va a remover muchas consciencias. Seguramente, igual que me ocurrió a mí, despertará sentimientos de culpa a muchas madres y padres. Pero mi intención no es hacer sentir culpable a nadie, sino que esto que describo en el artículo deje de ocurrir. Para los que conecten con la culpabilidad al final del artículo, también hablo de ello y comento maneras de afrontarlo, igual que lo he hecho yo.

Llevo más de 20 años haciendo distintos trabajos de crecimiento personal de diferentes tipos. Y ya había conectado otras veces con este episodio de mi primera infancia, pero a distancia. Esta vez entré a fondo y, como describo más abajo, me ha removido hasta puntos que poca gente se puede imaginar.

Hace años recordé una escena de mi infancia, de cuando tenía 8-10 meses. Me veía desde fuera, pues me observaba a mí mismo. La imagen era yo de pie en la camita de barandillas (la típica en que se pone a los niños cuando ya no se ponen en la cuna), apoyándome como podía en la barandilla del lado largo, y lloraba tendiendo los brazos, como invitando a que me cojan en brazos. No veo a quién le lloro, aunque intuyo que era mi madre. No hay sentimiento, solo sé muy profundamente que necesitaba desesperadamente que me cogieran en brazos.

Algunas veces que me acercaba a mi yo pequeño en recuerdos, en trabajos internos o lo que fuera, volvía esa escena, en la que yo me veo a mí mismo disociado y en la que no había ni sentimientos ni palabras de entonces. No entendía el porqué de verme a mí mismo desde fuera, y tampoco la falta de palabras. Sabía que la disociación ocurre cuando no se puede afrontar algo porque nos supera emocionalmente, y sospechaba que la cosa podía ir por ahí. De hecho, es una técnica que se aplica en psicoterapia para ayudar a sanar cosas, al permitir acercase a algo que es tan doloroso que de otra manera no sería posible. Pero nunca pasaba de ahí.

Hoy entré dentro. Hoy pude recuperar el sentimiento de ese bebé que era yo, con los brazos tendidos y llorando para que me cogieran en brazos. La experiencia ha sido demoledora como nada que hubiera experimentado antes, y al mismo tiempo sanadora también como nunca había sentido nada.
El sentimiento era absolutamente devastador y un dolor se extendió por mi cuerpo entero. TODO YO me sentía desgarrado, especialmente por la parte delantera del cuerpo. El dolor era literalmente como si me arrancaran brazos y piernas pero en todo mi cuerpo. Era más explícito en la zona del vientre. No había ningún pensamiento, no había ninguna palabra. Todo lo que yo era en ese momento era ese desgarro, ese dolor. No había tampoco ira ni ningún otro sentimiento, la totalidad de mí era dolor y desgarro real del campo energético, no había NADA más.

Lo único que pude hacer hoy fue ponerme en postura fetal y llorar. Llorar como lloraba ese niño que solo ERA dolor y desgarro. En mí ahora había palabras y una mente activa que me permitía cierto punto de disociación, pero en ese niño no: a esa edad no hay mente lineal activa ni puede disociarse. Solo existía dolor y desgarro. Aún ahora, al escribir esto, tengo que parar y llorar por ese dolor inmenso.
Hoy, durante un largo rato, fui entrando dentro de la mente del niño y, cuando ya no podía más, mirándolo desde fuera para que aflojara un poco el proceso. Poco a poco no solo sentía ese desgarro, sino que en mi cuerpo de ahora empecé a sentir dolores por todos sitios. La mayoría de dolores en lugares viejos conocidos, especialmente en la zona del vientre y los riñones.

Cuando el proceso ha pasado un poco me he tenido que quedar en la cama, me he levantado para mear (mis riñones lo pedían desesperadamente) y me mareaba incluso por estar de pie. Sentía dolores muy profundos en muchas partes del cuerpo. Y, aunque ahora había consciencia y un proceso mental capaz de aplicar técnicas energéticas y de respiración que ayudaban a poder procesar todo eso que estaba ocurriendo en mí, me imagino ese niño que SOLO es sentimiento en ese momento porque NO hay mente lineal activa, al menos en ese momento. La experiencia es verdaderamente devastadora.

Una vez acabado el proceso, mi cuerpo estaba literalmente como si me hubiera pasado por encima una apisonadora. Y, al mismo tiempo, noto que se ha curado algo muy importante en mí: una ligereza, una liberación. Y por otro lado la necesidad imperiosa de compartir esta experiencia. De ayudar a que otros niños no tengan que pasar por este drama, siendo como es evitable.

Entiendo que tarde o temprano todos los niños pasan por alguna frustración, y también en algún momento se debe producir esa desconexión de la madre. Pero no es lo mismo que ocurra porque ya es el momento que     que se fuerce. Es como cortar el cordón umbilical antes o después de que deje de latir. Si se corta antes, el niño pasa por una fase de, literalmente, asfixia (por la falta de oxígeno en la sangre que aún le llega por el cordón, forzándole a respirar antes de tiempo y haciéndole daño a los pulmones).

El período de embarazo humano es la mitad del de prácticamente todos los mamíferos. La razón es muy sencilla: con el “cabezón” que tenemos no podríamos salir si estuviéramos los 18 meses que nos tocarían. Por eso nacemos absolutamente dependientes de la madre. Y eso se traduce en que energéticamente (aura) también somos aún dependientes de nuestra madre hasta los 9 -12 meses. Nuestras auras siguen totalmente entrelazadas con la suya (y creo que del padre u otra persona muy vinculada con el bebé). En momentos como el que he descrito, el dolor viene porque literalmente hay un desgarro del aura. Hay una desprotección prematura, que la persona tiene que enfrentar cuando no está preparada para ello.

A medida que la persona se va desarrollando va siendo más autónoma y, por decirlo de alguna manera, ese cordón también deja de latir, y entonces se puede cortar sin problemas. No sé a qué edad debe ocurrir, pero supongo que a partir de que el niño empieza a andar. Eso no quiere decir que ya no necesite mucho a la madre, pero ya es más autónomo a nivel energético.

Seguramente, la mayoría de cólicos, enfermedades y fiebres que tienen los niños pequeños tendrán que ver con lo “tocados” que están con todo esto.

Y aquí es donde también digo que se debería acusar a la gente que promueve el método de dejar llorar y llorar a los niños para que “aprendan a dormir”, de “apología de la tortura de niños”. Aquí los niños no aprenden a dormir. Aquí aprenden que por más que hagan no hay respuesta, y se rinden.

 Y eso se hace con niños de semanas. Si yo he vivido esto aproximadamente a los 8 meses y con una madre que, con sus dificultades, me dio de mamar hasta los 2 años y se peleaba con la abuela, que le decía que me iba a malcriar, ¿cómo quedarán los niños “abandonados” con pocas semanas y a los que, además, a lo mejor ni siquiera se les da el pecho?

Sinceramente, con esta experiencia no me sorprende nada que el mundo occidental esté lleno de psicópatas. Es gente que ha vivido un dolor que les ha sobrepasado y han quedado “anestesiados” a nivel emocional. Para sentir algo necesitan “emociones fuertes”, como mucho dinero a costa de quien sea, provocar dolor en otros a sabiendas,  drogas, etc.

El caso de los psicópatas es quizá extremo, pero sí hay otras consecuencias menos evidentes que luego se manifiestan en cómo nos relacionamos con los demás, especialmente con la pareja y los hijos. Yo, por ejemplo, siempre he buscado parejas a las que yo abrazaba y acariciaba, pero que ellas no me abrazan (¿¿¿podríamos llamarlo el síndrome de los brazos estirados???). Y que podían  “cuidarme” externamente, pero que no puedo contar con ellas emocionalmente porque también están “desconectadas” emocionalmente de ellas mismas (¿¿¿síndrome de no respuesta???).

Al conectar con todo este drama personal, he entendido también el sufrimiento que he provocado a mis hijas, especialmente la mayor, por hacer cosas de este tipo. Nunca la dejé llorar y llorar, pero sí la dejé llorar y ya es suficiente para el drama. Y también apliqué eso de que durmiera en su cama en otra habitación a partir de los 6 meses, para que se fuera acostumbrando. Aunque si se despertaba y lloraba siempre íbamos, pero ahora entiendo que ya era tarde.

Mi hija mediana y la pequeña han dormido con nosotros primero en la misma cama y después al lado nuestro, pero por circunstancias también algunas veces las dejamos llorar. Y desde aquí públicamente les digo que siento mi error.

Aquí también me gustaría comentar otro recuerdo de cuando era un poco más mayor. Tendría unos 3-4 años. Mi hermano y yo dormíamos en una habitación contigua a la de mis padres. Y, como nos peleábamos para dormir con ellos, muchos días dejaban que uno se fuera a dormir con ellos, y el otro se quedaba en su propia cama en la otra habitación. Pero recuerdo con dolor, aquí sí que ya había pensamiento mental, que cuando mi hermano se dormía, mi padre lo cogía en brazos y lo llevaba a su cama. Y yo lo veía si estaba despierto, y me causaba mucho dolor pensar que a mí también me hacían lo mismo, era como una especie de engaño. Aunque tanto mi hermano como yo sabíamos que era solo hasta que nos durmiéramos, la separación era dolorosa.

Entonces, ¿cuál es mi propuesta?
kanga careQue hasta que los niños anden, cogerlos siempre que nos lo pidan y, siempre que sea posible, que estén encima de alguien. Para eso los pañuelos o mochilas portabebés son ideales. Como hacen en la mayoría de culturas tradicionales.
Durante ese tiempo y ya más mayores, siempre que lo pidan, que puedan dormir con nosotros. Si es posible en la misma cama, y si no en una justo al lado. Y cuando pidan pecho darles, pues lo necesitan.
Aquí el instinto materno funciona de maravilla, si no hay tonterías mentales de nuestra cultura o de libros (la mayoría escritos por hombres), de lo que hay que hacer con los niños pequeños, para que no se “mal acostumbren”.

Yo me he sentido muy culpable al revivir esta experiencia y conectar con lo que he hecho con mis hijas. Ya es tarde y no puedo volver atrás. Solo me queda decirles que lo siento, y esperar que al igual que yo lo he sanado, ellas también puedan.
Les pediré que lean este artículo, como forma de explicárselo y luego las abrazaré todo lo que se dejen, jeje.

También quiero decir muy claro que aquí NO HAY CULPABLES, aquí hay personas que hicieron lo que creyeron mejor, y que también recibieron este trauma de sus padres y a su vez estos de los suyos, y así hacia atrás. Aquí la cuestión es romper la cadena con nuestros hijos, para que esta herencia diabólica vaya desapareciendo.

Para madres o padres que se sientan culpables y no se atrevan o no puedan hablar del tema con los hijos, una buena manera de sanar el tema con uno mismo puede ser ponerse una almohada delante, imaginar que es el hijo y explicarles todo lo que pasó y todo lo que has entendido y lo que sientes. Y, si en un momento dado lo sientes, coge la almohada y abrázala como si fuera ese niñito que te pedía que lo cogieras y en su momento no lo hiciste. Eso, aunque parezca extraño, también les ayuda a ellos a sanarlo.

Para terminar el artículo me gustaría pedir a todas las madres, y padres también, que de alguna manera conecten con lo compartido, que compartan su experiencia como comentario o me lo manden por mail y los adjuntaré. Puede ser de forma anónima. Poder leer más experiencias por el estilo puede ayudar a mucha gente a ver desde otra perspectiva este asunto y también a sanarlo.

 

Autor:  Josep Vergés  Fecha: 12/08/2015

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