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Sillón, poltrona

Para entender las razones del apego a la poltrona de los políticos españoles hay que remontarse a los años 80. Procesos comparables han sucedido en la mayoría de países.

En los principios de la democracia, había mucha ilusión por desarrollarla, ganas de hacer cosas. Por un lado, teníamos dos bandos principales, claramente diferenciados: El que podríamos llamar la derecha, formada por Alianza Popular (luego Partido Popular), también UCD y CDS. El otro bando estaba constituido por lo que podríamos llamar la izquierda, PSOE (PSC) y PCE(PSUC) básicamente.

Luego había algún grupúsculo de extrema derecha y un montón de pequeños partidos, todos peleados entre ellos, de extrema izquierda (maoístas, leninistas, trotskistas, etc.).

También había los sindicatos y asociaciones de vecinos muy activas.

Los partidos grandes estaban formados por alguna gente de la élite económica de entonces, que ya ocupaba cargos relevantes en uno u otro partido. Y, sobre todo, los partidos, sindicatos y asociaciones de vecinos estaban formados por gente corriente, trabajadora, la mayoría sin estudios o con muy pocos. En el caso de este segundo grupo, el más mayoritario, su destino en la vida era la fábrica, la oficina, la obra, etc.

En muchos casos, los más activos se presentaron a las elecciones municipales o de comunidades autónomas y fueron elegidos. Muchos fueron puestos por sus compañeros electos en cargos públicos, en la administración, u ocupando cargos de relevancia en sindicatos, etc. Este funcionamiento, en principio, era la lógica de la dinámica del momento y, probablemente, no se podía hacer de otra manera. Si en un cargo había que poner a alguien de confianza, era lógico echar mano de la gente conocida, como compañeros de partido, de sindicato, de asociación, no un desconocido que podía ser un franquista o actuar en contra de “los propios intereses de clase” que se decía entonces.

Pero esta dinámica de aquellos tiempos, que probablemente era la única que se podía hacer en ese momento en el que se vivía el cambio importante de las personas al cargo del poder, fue el principio del fin del propio sistema.

¿Por qué? Muy sencillo: Gente cuyo “destino” era la fábrica, la oficina o la obra, empezó a tocar poder, dinero público y nóminas más importantes de las que “les tocaría” por “clase”. Y evidentemente, después de eso, ¿quién quiere dejarlo? ¿Quién quiere volver a poner tornillos en una fábrica, sellos en una oficina o ladrillos en la obra? ¿Quién quiere volver a ser lo que ahora llamamos mileurista o aún peor? ¿Quién quiere volver a ser un “don nadie”? Eso evidentemente genera un apego importante.

Eso empezó a hacer que muchos se vendieran al mejor postor con tal de seguir chupando poder. Los ideales empezaron a quedar a un lado. Lo importante era seguir chupando de la mamadera del cargo político o sindical, electo o no, que fuera.

Y cuando descubrieron que, además, con la alternancia de partidos, podían quedar otra vez fuera, fue cuando empezó la corrupción a gran escala. Había que sacar dinero como fuera para alimentar la máquina del partido, para poder hacer más publicidad y ganar elecciones, para que pudiese amamantar a más gente durante periodos bajos, etc.

Y luego ya vino directamente la corrupción para el lucro personal. Al estar solo un tiempo tenían que enriquecerse para, al salir de la política, poder vivir de rentas, no de la obra o la fábrica otra vez.

Todo esto es sobre todo válido para la gente que hoy tiene entre 45 y 60 años y está en poltronas de cualquier tipo. Esta gente fue la que creó esta dinámica dentro de partidos, sindicatos, etc.

Y la gente más joven que fue entrando posteriormente, aunque la mayoría, probablemente, también entraron al principio de buena fe para mejorar las cosas (alguna minoría ya descaradamente para forrarse), muchos fueron sucumbiendo en las redes internas de corruptela dentro de las propias organizaciones de las que forman parte. Si no lo hacen no ascienden. Y no hay enemigo mayor de la ética y la ilusión, que el que ya se ha rendido y ya ha salido de la ética y no tiene ilusión. Es lo de “yo estoy mal, pero tú estarás peor”. “Yo no pude mantenerme incorrupto, no me vas a poner en evidencia siendo tu ético”. Y a la que los han pillado en algún marrón, ya los tiene también atrapados.

De esa manera se ha ido llegando a lo que tenemos hoy en día. Unas estructuras políticas, sindicales y de altos cargos a dedo de la administración, cuyo objetivo primordial, en el fondo y por encima de todo, es mantenerse ellos mismos en el poder. El ciudadano en realidad solo les importa en la medida en que es un posible votante, pero no lo tienen en cuenta para nada más.

Como los que tienen cargos importantes llevan ya muchos años fuera de la realidad de la gente común, no entienden ni se dan cuenta del sufrimiento que sus acciones generan en la gente que en teoría representan. Por eso, toman medidas que no se entienden desde la lógica de la persona común, pero sí desde la lógica de mantenerse en el poder. Y eso ha llegado a tal punto que la gente común ha dicho “BASTA” y está, con toda la razón del mundo, “INDIGNADA”.

Como empiezan a ver “las orejas al lobo”, ahora quieren empezar a maquillar el tema, para que parezca que algo cambia. Incorporarán en su “discurso” o “programa” algunas cosas que “calmen” a la gente. Pero no asumirán ni harán absolutamente nada que ponga en cuestión su estatus de poder y de privilegio económico. Y como ellos y los “opinadores profesionales”, que es un caso parecido, se basan en las premisas “de lucha” de su “época” y solo conocen los medios que empleó el franquismo contra ellos, es lo que van a hacer: intentar “comprar” a los “líderes” y, si no se dejan comprar, desprestigiarlos. Y si no a tortazos, como ha pasado en Catalunya o Francia.

No entienden que el movimiento “indignado” no tiene “líderes” según el viejo concepto de la palabra. Que nadie representa a nadie, porque cada uno se representa a sí mismo. Que “todos son iguales”, no “unos más iguales que otros”, que es su referencia.

¿Qué podemos hacer para que esto cambie?

Hay varias líneas de trabajo en varios frentes.

-Desde dentro de los propios partidos.

Que las bases EXIJAN “verdadera democracia” dentro de los propios partidos.

¿Cómo va a hacer política verdaderamente democrática un partido si él mismo ya no es democrático por definición y forma de funcionar?

Algunos partidos que lo han intentado, aunque sea solo un poco, se los han cargado los otros diciendo que son partidos débiles. Ellos presumen de ser un partido fuerte. ¿Qué significa según su argot “ser fuerte”? La triste realidad es que como alguien manda y los demás obedecen (el que no obedece está condenado a la calle o al ostracismo) no hay discusión. Se hace eso y punto. ¿Eso es ser fuerte? Ellos lo venden así. A eso yo le llamo “matón de barrio” o mafia.

Que las bases exijan que se eche a todos los corruptos. No hace falta un juicio. En la mayoría de los casos es de dominio público dentro del partido quién es quién y qué hace. Quién es totalmente corrupto, quién solo un poco, o el que intenta no entrar en eso (lo suele tener difícil y no prospera).

-Desde la ciudadanía.

Votar, porque el voto en blanco o no votar, solo favorece a los de siempre, por eso desincentivan el voto, por más que digan lo contrario. Por eso desincentivan la participación de la gente en su propia dinámica

Pero votar solo partidos que funcionen de manera verdaderamente democrática en su interior. Partidos que realmente planteen alternativas que favorezcan al pueblo, no a ellos mismos. No hace falta ser muy sabio para ello. Solo hay que tener un poco de memoria. Solo hace falta acercarse alguna vez a sus reuniones. Solo hace falta leer un poco entre líneas en las noticias y la prensa.

-Otra línea es participar de las comisiones/asambleas de los indignados.

No tragarse toda la basura que los “opinadores profesionales” dan sobre el tema. Acercarse un rato con la mente abierta, sin prejuicios por el aspecto de alguno de los presentes, sin quedarse solo en pequeños detalles de forma e ir al fondo de lo que se está hablando. Ver que, normalmente, hay un respeto absoluto por TODAS las personas presentes, siempre que vengan en nombre propio y no intenten imponer algo en nombre de alguien.

¿Tiene sentido eso que dicen para mí? ¿Lo que plantean puede ser un beneficio para toda la gente común? ¿Un beneficio para mi madre jubilada o mi tío enfermo o mi sobrino que no tiene trabajo? ¿Lo que plantean a mí me puede beneficiar o perjudicar? Al menos, hacer eso no solo no nos va a hacer ningún daño, sino que también nos va a permitir descubrir que otra manera de funcionar es posible, que realmente hay alternativas y no las que nos venden como inevitables que nos dañan a todos. Que sí puede haber una sociedad más justa y respetuosa. Una sociedad más humana.

-Desde uno mismo.

No esperar que alguien lo haga por mí. ¿Estoy siendo absolutamente impecable en todas mis actuaciones? Si no lo soy, ¿cómo puedo pedir a los demás que lo sean? En un día no vamos a cambiarlo todo en nuestra vida, pero sí podemos cambiar alguna cosa de a poco.

Por ejemplo, si uso un producto que procede de explotación infantil, puedo dejar de usarlo. Eso marca ya una diferencia. Otro día puedo cambiar otra cosa, a medida que me vaya cuenta y me sienta capaz. Esos pequeños cambios de millones de personas pueden cambiar el mundo.

Sientes que los políticos te ignoran. Pero aparte de votar cada 4 años, ¿haces algo en ese sentido para que sea distinto? ¿Vas a sus reuniones o vías de comunicación y expresas tu opinión? O ya te rindes antes de intentarlo y dices que no es posible.

Autor: Josep Vergés Fecha: 24/11/2012

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