Muchas veces los niños recuerdan habilidades de vidas anteriores de una forma clara y evidente. A lo mejor el niño no habla ni es consciente de que eso que recuerda es de otra vida, pero tiene la facilidad evidente para ello.
Y entonces llegan a clase de lo que sea, se les aplica el método «clásico» y «oficial» de lo que sea y se les aniquila su sabiduría. ¿Cómo? Muy sencillo: se les fuerza a aprender lo que ya saben, pero de una manera tan monótona, aburrida y limitante, que el niño se aburre y al final lo deja.
Hoy mismo he tenido la oportunidad de conectar con eso.
Asistiendo a un concierto de música medieval, me he recordado a mí mismo tocando la «viola de rueda o zanfona», mientras un montón de gente bailaba. Es un instrumento que siempre me ha atraído. También tocaba la “fídula”, instrumento antecesor del violín de la Edad Media.
Entonces, he reconectado con el inmenso sentimiento de frustración que viví cuando tenía unos 10-12 años, cuando iba a clases de violín en el conservatorio. Recuerdo que era muy consciente de que solo tenía que superar el principio, para luego soltarme y “hacer música”, pero eso nunca llegó. Las clases eran monótonas, era hacer todo el rato únicamente las mismas notas, no salía música. Fueron 2 años tediosos, solo haciendo «ñigo ñigo», sin hacer “música”.
En esa época no recordaba nada de otras vidas, por tanto, lo que vivía era solo un profundo sentimiento de frustración, de impotencia, sin más recuerdos ni consideraciones.
Hoy he reconectado con eso: de algo que sabes hacer y no puedes y, en lugar de ayudarte a recuperar tu saber, te enclaustran en una rutina aburrida y mediocre. Y no es lo que yo quería. Yo quería “hacer música”. A pesar de las ganas, como era un esfuerzo grande desplazarme hasta clase a causa de la distancia, me harté y lo dejé. Aun después de muchos años, sigo sabiendo tocar de oído el “Himno de la alegría”, pero nada más. Es lo único que entonces aprendí.
Mi recuerdo no se ha quedado ahí. También he conectado con otro recuerdo. Cuando tenía 14-15 años monté por primera vez a caballo. Era una equitación de esas en que no te dicen nada, simplemente te subes y te ponen en una fila de caballos.
Todos los demás ya tenían experiencia, así que yo dije que ya había subido para que me dejaran galopar con el grupo. Fue maravilloso galopar como si lo hubiera hecho toda la vida. De hecho, lo hice en muchas vidas.
También he recordado que recientemente fui a casa de unas amigas que tienen caballos y dejaron subir a mis hijas y a mí también. Estas amigas se empeñaron en que montara a su manera, tirando de las riendas, echando el cuerpo hacia atrás, etc. Para mí era algo totalmente antinatural. Aunque no sabía decir el porqué, sentía que esa no es la manera de montar un caballo. Lo pasé muy mal intentando mantener aquella postura de alta escuela absurda para mí y el caballo.
Hoy con las dos experiencias he revivido lo que sienten los niños cuando se les “desenseña” lo que ellos ya saben. De verdad que es muy doloroso.
Con eso no quiero contar mi vida, sino verbalizar y que con ello podáis entender lo que experimentan los niños con cantidad de cosas que ya “saben” y en realidad nos empeñamos en desenseñarles pensando que “no saben” y tienen que aprenderlo de nosotros a nuestra manera.
Autor artículo: Josep Vergés Fecha: 20/7/2010
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